viernes, 16 de mayo de 2008

Elmo en el pasillo

I

De entre las sombras de aquel oscuro y alto pasillo, apareció la figura de Elmo. Miro alrededor y no entendía que pasaba pero si sabia que ese piso le daba frió y que el aire de ese lugar estaba viciado. Sentía el pecho presionado, como unos cosquilleos en la nuca y las piernas un tanto débiles. Ese lugar no era el que le correspondía, no pertenecía allí.

Comenzó a caminar hacia la única opción que le dejo aquel angustiante pasillo que daba a un antigua puerta doble de acero pintada de blanco –uno de los colores mas vacíos, pensó- ¿Qué otra cosa podía hacer? Para atrás no podía ir. Apoyo la mano en la puerta para empujarla y por los milímetros que se abrió, vio la luz y escucho las voces de lo que parecía ser un ejército de zombies, pero descarto la idea por lo absurda que era. Reanalizo la situación, descartó, imaginó y llegó a la conclusión de que sin ver no iba a saber que ocurría ahí. Volvió a tomar control de la mano que se había quedado congelada contra el acero e hizo un poco mas de fuerza y así incrementó unos centímetros su campo visual. Su mirada se quedo inmóvil al ver dos cuerpos en el piso cara abajo. El corazón se le comprimió tan intensamente que sintió el flujo de sangre por todas las arterias y luego por las venas. La corriente de sangre en el y aquella imagen lo hicieron retroceder dos pasos para atrás, pero su morbosa curiosidad lo hizo detenerse y querer volver y abrir unos centímetros mas la puerta y fijarse si podía ver la expresión de los cuerpos o si había alguien mas. Decidió que lo mejor seria armarse con algo por si los “zombies” querían apoderarse también de el. Miró a su alrededor y vio que unos azulejos del piso estaban rotos y los agarró. No era la mejor arma pero dadas las circunstancias servían. Con una buena puntería podía tirarselos en la cabeza y poco daño no iban a hacer sean zombies, caníbales o lo que pueda llegar a encontrar allí dentro.

Junto coraje, violencia, los pedazos de azulejos y pateó la puerta con una agresividad que no supo bien donde la había encontrado entre el frió y la soledad del pasillo, y la puerta se abrió chirriando hasta donde le permitieron las bisagras. La escena completa llegó a las pupilas de Elmo.

II

Se paralizó en el momento en que pudo ver el cuarto. Iluminados por cinco velas yacían los dos cuerpos que había visto antes y siete más estaban apilados al lado de ellos. Las paredes y el techo no se dejaban ver por el corto alcance de las velas, pero los siete hombres que formaron un semicírculo ante la puerta abierta de par en par se dejaban ver gracias a la amarillenta luz de las velas. Los siete tenían túnicas negras menos el hombre del centro que tenia una túnica blanca. Este ultimo estaba parado frente a un altar que era de lo mas extraño que Elmo había visto. Un pedazo de carne estaba clavado contra una madera al pie del altar y arriba, sobre un mantel de cuero blanco, había un hombre calvo y tan gordo que la superficie de la pequeña mesa no era suficiente para contener todo su cuerpo desnudo. Las piernas y los brazos le colgaban pero la cabeza estaba fija hacia Elmo y los ojos blancos abiertos de par en par.

Cada latido del corazón, que eran dos o tres por segundo, le nublaba cada vez mas la cabeza al pobre Elmo que comenzó a dar unos pasos hacia atrás, hacia el oscuro pasillo, hacia donde había empezado, hacia donde no había salida y los hombres del ritual, como atados a el se iban acercando. Paso para atrás de Elmo, paso para delante de los siete. Siguió tirando de aquella soga hasta que se dio cuenta de que si seguía así no iba a terminar mejor que los siete hombres de adentro (los que no caminaban hacia el)

Les arrojo los azulejos a los que primeros que se le cruzaron en el borroso enfoque de la mirada y antes de ver donde pegaron se dio media vuelta y corrió.

III

Escuchó el sonido de los azulejos contra el piso a sus espaldas y corrió tan rápido como pudo, como si estuviera corriendo hacia la libertad. El problema era que si llegaba al final del pasillo no iba a encontrar más que una vieja pared de piedras. Pero no llegó. Uno de sus azulejos fue arrojado hacia el, pero con buena puntería, e impacto en su nuca. Elmo cayó al piso, rebotó, y perdió el conocimiento.
Lentamente abrió los ojos y se encontró acostado mirando para un costado aunque por la oscuridad nada podía ver. “Solo fue un sueño”, pensó. Hasta que giró para acostarse boca arriba y el dolor en la nuca fue tan intenso que se retorció y cayó al piso sobre un charco tibio, que era su sangre. No había sido un sueño. Gritó y maldijo. Luego, sintió el mismo chirrido que había escuchado previamente al abrir aquella blanca puerta. Las lágrimas se le caían. “No puede ser real”.

De donde vino el ruido, aparecieron los siete con antorchas y entraron en la sala mirando hacia abajo y con las capuchas puestas. Tranquilamente fueron caminando hacia los costados formando un círculo alrededor del altar bajo el cual Elmo se encontraba llorando, desnudo, ensangrentado, sentado en el piso con las rodillas contra su pecho y meciéndose de los nervios. Colocaron las antorchas en los soportes que había en las paredes de la sala, que a la luz de las siete antorchas parecía mucho mas pequeña que en la previa oscuridad, y caminaron hacia el centro cerrando unos metros el circulo. El hombre de la túnica blanca rompió el círculo acercándose pasos hacia Elmo. Se agachó hacia él, lo miró fijamente por unos largos segundos y le dijo: “No te asustes… Solo queremos lo mejor para vos, queremos hacer lo mejor posible con tu ser. Esto es el bien, tu destino, así tiene que ser.” Le acaricio lentamente la cabeza de arriba abajo, se levanto y se alejo para formar parte de la circunferencia. Cuando llegó a su posición, se quedo parado allí y los 6 que hasta ese momento estaban quietos comenzaron a acercarse hacia el altar con la mano derecha en la túnica. Cuando estaban a dos o tres pasos, sacaron unos cuchillos curvos dorados, se inclinaron hacia Elmo y un grito se escuchó. La sangre comenzó a correr por el piso de la sala y de repente un hombre se irguió con la mano izquierda en alto como sosteniendo un trofeo, solo que en vez de trofeo tenia un pedazo de carne roja que chorreaba sangre. La clavó contra una madera que estaba en el suelo, apoyó la madera en el altar, todos tomaron sus antorchas y se retiraron del cuarto con unas extrañas sonrisas en las caras.

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